En El Salvador de los años setentas, recrudecía la confrontación social, la lucha política y la guerra. “El Pulgarcito de América” lacerado por las cadenas en manos de unas pocas familias en la cúspide de la plutocracia, controlando el poder económico y el Estado, mientras el pueblo era sumido en las perores humillaciones.
La opresión delirante como una pesadilla, un disparate, una acongojante atrocidad impuesta con grilletes, con un pueblo por momentos, sufriendo en la impotencia. Tiranía corporativa montada en el engranaje de una maquinaria militar espantosa, escuadrones de la muerte, cuerpos paramilitares de las distintas policías y aparatos de seguridad e inteligencia, mercenarios y asesores extranjeros todos instrumentos creados, auspiciados, entrenados, asesorados y financiados por Estados Unidos. Particularmente por el pentágono y la CIA.
El pueblo salvadoreño consciente, las fuerzas populares y políticas revolucionarias de vanguardia, las agrupaciones de la Teología de la Revolución, Centros de Educación Popular y los más amplios sectores democráticos de la sociedad en alianza y complementándose; resistían.
El ingenio de un pueblo aparecía viril, generoso y digno en condiciones infernales y absolutamente desiguales de la pelea. Incesantes acciones de protesta pintadas con la intrepidez y la determinación de la mujer y la niñez salvadoreñas. La denuncia constante del despotismo y la interacción de todas las manifestaciones de lucha en el afán por alcanzar la libertad, la vida y la paz.
En medio de una atmósfera represiva, atemorizante y macabra se alzaba y crecía la voz liberadora del pueblo salvadoreño con el ejemplo de los mártires y héroes de la rebelión campesina de 1932 conducida por Farabundo y Mármol y el estímulo de los versos de Roque Dalton vibrando desde la montaña.
La oligarquía y el imperialismo reducían a El Salvador a las mazmorras, la tortura, los asesinatos en masa, las desapariciones, la clandestinidad, el exilio, el desplazamiento, y las desapariciones selectivas. Un rictus siniestro de perversa orgía de sangre tras barrotes de terror.
Monseñor Romero recorría las calles donde se producían horribles matanzas, descuartizaban a jóvenes, violaban a muchachas que luego mataban en desfiladeros y letrinas los finos carniceros al mando de mayor Roberto d'Aubuisson, forajido de alcurnia preparado en la Escuela Militar de las Américas_ Fort Benning_ en Georgia Estados Unidos, ex integrante de la Guardia Nacional somociana, fundador del partido ARENA, director de la Agencia Nacional de Seguridad Salvadoreña y estratega del régimen de terror extendido sobre El Salvador en la época.
Las villas y ciudades eran bombardeadas, monjas y sacerdotes tiroteados y asesinados, la persecución generalizada. Agentes de la CIA, funcionarios del Departamento de Estado, oficiales del pentágono y grupos especiales de combate de la Marina y del Ejército de Estados Unidos se movían en los cuarteles, salían y entraban de oficinas de gobierno y se desplazaban por carreteras y montes del territorio salvadoreño.
Los frentes armados luchaban en las serranías, campos y urbes; organizaciones eclesiales, universidades, intelectuales, agrupaciones sindicales, sociales, comisiones de derechos humanos y periodistas valientes intentaban perseverar en la denuncia del genocidio y la masacre del pueblo. Los descuartizadores de D'aubuisson allanaban campus universitarios, centros de trabajo, asentamientos campesinos y hogares, se dinamitaban emisoras, esparcían la muerte y el horror.
Oscar Arnulfo Romero declaró en una de sus homilías dominicales: “Este hecho de haber dinamitado la YSAX es todo un símbolo. ¿Qué significa? La oligarquía al ver que existe el peligro de que pierda el completo dominio que tiene de la inversión, de la agroexportación, y sobre el casi monopolio de la tierra, está defendiendo sus egoístas intereses, no con razones, no con apoyo popular, sino con lo único que tiene dinero que le permite comprar armas y pagar mercenarios que están masacrando al pueblo y ahogando toda legítima expresión que clama justicia y libertad. Por eso estallan todas las bombas manejadas bajo ese signo, la de la UCA. Por ello también han asesinado a tantos campesinos, estudiantes, maestros, obreros y demás personas organizadas.”
Sus declaraciones firmes y valerosas infundían vigor en el pueblo y odio en los oligarcas y militares. Las voces populares se levantaban con más claridad ante la ignominia y la dictadura aplicaba la misma fórmula del miedo, el hostigamiento y arrasando con la vida humana.
“Este es el pensamiento fundamental de mi predicción. Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz”. Predicaba Romero.
Fustigaba el despojo y el atropello al pueblo sin tierra y el derecho a una vida decente, honesta y feliz. “En este momento en que la tierra de El Salvador es objeto de conflictos, no olvidemos que la tierra esta muy ligada a las bendiciones y a las promesas de Dios...La tierra tiene mucho de Dios, y por eso gime cuando los injustos la acaparan y no deja tierra para los demás. Las reformas agrarias son una necesidad teológica; no puede estar la tierra de un país en unas pocas manos. Tiene que darse a todos y que todos participen de las bendiciones de Dios en esa Tierra, que cada país tiene su tierra prometida en el territorio que la geografía le señale...Pero debíamos de ver siempre esta realidad teológica, de que la tierra es un signo de la justicia de la reconciliación. No habrá verdadera reconciliación de nuestro pueblo con Dios mientras no haya un verdadero reparto, mientras los vienes de la tierra de El Salvador no lleguen a beneficiar y hacer felices a todos los salvadoreños”.
La ira, el desconcierto y la desesperación de las castas económicas, políticas y militares que desangraban al país se transformaron en amenazas e intriga tratando de amedrentar a Monseñor Romero. Les respondía “me da más lastima que cólera cuando me ofenden y me calumnian. Me da lastima de esos pobres cieguitos que no ven más allá de la persona. Que sepan que no guardo ningún rencor, ningún resentimiento, ni me ofende... todos esos anónimos que suelen llegar con tanta rabia... Y no es una lástima de superioridad; es una lástima de agradecimiento a Dios y de súplica a Dios: Señor, ábreles los ojos. Señor, que se conviertan, Señor, que en vez de estar viviendo esa amargura de odio que viven en su corazón, vivan la alegría de la reconciliación contigo”.
Oscar Arnulfo Romero máximo jefe de la Iglesia Católica Salvadoreña se había vuelto al lado del pueblo, se había convertido en el Monseñor del pueblo y estaba predicando el mensaje del cristo comunitario, del cristo colectivista, del cristo de abajo. Romero abrió su conciencia a su pueblo y dio un paso al frente para combatir junto a las mujeres y los hombres sencillos y honrados por la emancipación y la justicia social con el cristianismo genuino como herramienta.
Caminó con bizarría y acierto a pesar de todos los riesgos y la tensión rozando la piel. Con la existencia en el filo de una navaja llamó a los soldados a no cumplir con las órdenes de los superiores y negarse a seguir matando al pueblo. “Por amor a Dios desobedezcan”
En su pecho límpido colmado de sentimiento, decoro y convicción impactaron las balas destrozando su corazón, pero, jamás su amor, su palabra y su comunión con las masas populares. Encontró no la muerte, sino la resurrección verdadera, convertido en ejemplo y fortaleza para el pueblo. Oscar Arnulfo Romero alzó vuelo por todo el territorio salvadoreño y empuñó el fusil junto a los guerrilleros, sembró y amasó el maíz con las madres e hijas y labradores en las comunas campesinas, recorrió las calles en las marchas, estuvo en los bloqueos de carreteras junto a los compas, acompañó las huelgas obreras, y tiñó muros con la consigna libertaria, cruzó fronteras al lado de internacionalistas como José Ángel Marchena “Marchenita” y Roberto Castellanos comunistas costarricenses que cayeron batallando en las filas del FMLN algún tiempo después.
Oscar Arnulfo Romero se convirtió en luz y mixtura abrazándose para siempre al pueblo y sus validas ilusiones históricas, tonificando el torbellino revolucionario que creció hasta las victorias, engrandecidas con su sangre y su memoria.
Hoy 30 años después de aquel acto descabellado que cortó de un tajo su existencia física, su obra magnífica alimenta el derrotero liberador de todos los pueblos del continente. Profeta del pueblo, pastor de la palabra por la liberación definitiva de nuestros pueblos, la colectivización, la vida y la felicidad en la tierra. Gigante y visionario continúa volando con más vitalidad que nunca, ahora por toda Latinoamérica, iluminando las conciencias de nuestros pueblos e insurgiendo junto a ellos.
Oscar Barrantes Rodríguez
Miembro: Círculo Bolivariano Yamileth López
San Ramón-Costa Rica
Marzo 24 de 2010.
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