CRÓNICA DE UNA REPRESIÓN

Al unísono el grito fue: ¡Vienen los chepos! ¡CORRAN!

El cielo surcado por los gases dejando su veneno en el aire, la atmósfera se tornó de desesperación: el sonido de las cápsulas mortíferas pesaba como la certeza de un dardo en cada oído, el corrosivo gas se impregnaba en las pieles y ardía como una lamida del Satán Trimegisto  -echar agua era nada más como sentir las aguas del Lete del infierno-, los ojos apenas soportaban el ardor impregnado en el aire con el respirar de los fusiles, las piernas tentaban con no responder y no saltar esa cerca cuando los monos estuvieran demasiado cerca, las manos buscaban alguna piedra, vinagre, algo de agua, una puerta, a Dios, una mano… Lo que sea, con tal de evitar lo que se avecinaba.
Lo que antes era una fiesta social, se tornó en una cacería brutal: Una señora corría con su nieto desesperada –solo andaban comprando pan-, las muchachas de las baleadas perdieron todo –y además fueron bien gaseadas-, el viejo de las paletas corrió y soportó el gas con tal de no perder la carretilla –probablemente a él le hubieran cobrado-, un hombre clamaba desesperado por teléfono una dirección, niños y niñas miraban contrariados y desconcertados, muchas personas se refugiaban despavoridas; el mar de gente se desató.
Avanzaban inevitablemente, los policías antimotines -¿antimotines? Si, antimotines- armados del más caro y sofisticado armamento militar disponible en las altas esfera de la guerra capitalista. Dos tanquetas, cientos y cientos de policías con chalecos antibalas, fusiles M-16, beretas, cascos, sus respectivas municiones, además de decenas de grupos de policías cargando mochilas repletas de gases lacrimógenos –que además, cargaban las patrullas en mayor cantidad-, sus grandes escudos con el “POLICIA” escrito en el frente; ¿listos y listas?-preguntó el comandante o jefe o lo que sea-  Agarremos a pija a estos hijos de puta.
-Dos señoras se desmayaron.
-Se llevaron a dos niños.
-Una recién nacida está grave.
-Esos cabrones nos tiraron bombas lacrimógenas.
-¡Malnacidos!
-Corra mami, corra…
-¡Vamos a hacerles Frente a esos malparidos!
-Se está incendiando el INPREMA.
-Tómele fotos, miré cómo la dejaron sangrando esos perros.
-¡Salgan! ¡No se escondan! ¡Agarren pierdas y tírenlas!
-Ay no, ya nos agarraron.
-¿Le hecho vinagre?
-¡Métanse acá!
-¡Ya vienen! ¡RESISTAMOS!
-¡También están en el otro lado!
Eran frases comunes que se gritaban a todo pulmón y que al instante mismo eran aplacadas por otra similar o más grave. Las personas instantáneamente se convertían en hermanos y hermanas, se cuidaban como haber pertenecido por siempre a la misma familia, todos y todas se preocupaban unos por otros. “¿Estás bien? ¿Todos llegaron bien? ¿Y los otros?” se escuchaba cuando hablaban por celular.
En la televisión se podía ver como las grandes nubes de humo blanco inundaban los edificios y casas aledañas –las personas de estas casas hasta hablaron a las radios para denunciar tal abuso por parte de la policía-. Se podía ver, también, como un grupo de valientes personas se quedaron –a pesar del gas- a lanzarles piedras y dejarles barricadas a los bien llamados Chepos.
“Metámonos acá, aquí no se meten esos chepos” instantáneamente –y a pesar de la cruenta situación- las personas que escucharon tal comentario rieron y le dijeron algunos “Nombre compa, si hasta se metieron a la casa presidencial, ¿Cómo putas no se van a meter acá? Jajaja”. Y no se equivocaban, tal vez no se metieron, pero llenaron totalmente de gas lacrimógeno la calle, hasta lanzaron en los edificios, irrespetando la preciada propiedad privada.
“Se van, apúrense, sálganse de ahí” La gente salía corriendo y buscaba a dónde ir. Portones de hasta dos metros de altura eran ágilmente saltados por señores y señoras que olvidaban su edad y corrían con el último hálito de vida que les quedaba en los envenenados pulmones; no se pudo evitar una que otra caída, pero la adrenalina frenaba todo intento del dolor.
Las calles se tornaban laberintos sin salida, la tanqueta se aproximaba cada vez más, los policías no dejaban de lanzar gases, la gente desesperada gritaba, corrían y retrocedían para auxiliar a alguien, lanzaban piedras y troncos a las calles, hacían llamadas, derribaban los puestos donde se venden los periódicos golpistas, y corrían de nuevo. Los laberintos asfixiaban al igual que los gases.
Se reagruparon todos lo policías y militares, hicieron una última amedrentación –unos últimos gases y toletazos- y se enfilaron de nuevo a las barracas de cerdos y asesinos de donde provienen. Y mientras caminaban por las calles vendedoras de chicles, paleteros, señoras, señores, taxistas, buceros, mangueras, todos y todas, les gritaban: “¡Perros cobardes!”.
¡Perros cobardes, que con el aliento de los fusiles roban la esperanza de los pueblos!
Frente Revolucionario Artístico Contra-Cultural
FRACC
HONDURAS

No hay comentarios:

Publicar un comentario